El Hada y su amiga

 



Hace mucho tiempo, en un pequeño jardín rodeado de flores de colores brillantes y árboles frondosos, vivía yo, un hada. Mi hogar era un lugar mágico lleno de vida y alegría. Como hada del jardín, mi deber era velar por el equilibrio y la armonía de todo lo que crecía y vivía en aquel lugar.


Cada día, me despertaba con los primeros rayos del sol y volaba entre las flores, llevando mi varita mágica para esparcir polvo de hada y dar vida a cada pétalo. Era una labor delicada y llena de amor, pero también había momentos en los que me sentía sola.


Un día, mientras me balanceaba en una rama, vi a una niña que se acercaba al jardín. Sus ojos brillaban de curiosidad y asombro al ver la belleza que le rodeaba. No pude resistir la tentación de mostrarme ante ella.


Con un suave aleteo, me acerqué a la niña y le susurré al oído: "¡Hola, pequeña! Soy un hada del jardín. ¿Quieres ser mi amiga?" La niña se emocionó al verme y asintió con entusiasmo.


A partir de ese día, la niña y yo nos volvimos inseparables. Juntas exploramos cada rincón del jardín, descubriendo secretos ocultos entre las hojas y las piedras. Le mostré la importancia de cuidar las plantas y respetar a los animales que vivían allí.


Pasaron las estaciones, y el jardín se transformó con el cambio del tiempo. Aprendí que la naturaleza era sabia y que cada estación tenía su propia magia. En primavera, las flores florecían en todo su esplendor, mientras que en verano el sol brillaba con fuerza y el aroma a hierba fresca llenaba el aire.


En otoño, las hojas caían de los árboles y pintaban el suelo con tonos cálidos. La niña y yo jugábamos a saltar sobre ellas, riendo y disfrutando de la felicidad que nos brindaba el jardín. Y cuando llegaba el invierno, el jardín se cubría de un manto blanco y silencioso. Nos abrigábamos y nos refugiábamos en una pequeña cueva, donde contábamos historias y soñábamos con la llegada de la primavera.


Con el paso del tiempo, la niña creció y empezó a visitar el jardín con menos frecuencia. Aunque me entristecía su ausencia, sabía que era parte del ciclo natural de la vida. Seguí cuidando del jardín, protegiendo sus secretos y manteniendo viva su magia.


Y así, mientras vuelo entre las flores y sigo esparciendo mi polvo de hada, recuerdo con cariño aquellos días de risas y aventuras junto a la niña. Aunque su presencia ya no sea constante, sé que en lo más profundo de su corazón, ella siempre llevará consigo el recuerdo del jardín y del hada que le mostró un mundo lleno de magia y maravillas.

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